A muchos nos ha pasado que al ver imágenes en una fotografía estas nos causan toda clase de sensaciones y nos hace experimentar una suerte de contacto emocional con la imagen, pero cuando tenemos la oportunidad de estar en el mismo lugar e incluso bajo condiciones y circunstancias similares al de la fotografía no percibimos lo mismo ni tenemos la misma conexión emocional con lo que está frente a nuestros ojos. Esto se debe en parte a que lo que vimos anteriormente no son solo los objetos en una placa, es más bien una mezcla de luz, objetos, oportunidad, habilidad y emociones del fotógrafo para conseguir congelar en una burbuja de apenas unos microsegundos todo eso descrito antes. Las fotografías no mienten, pero nos cuentan una verdad desde el punto de vista de quien toma la foto, nos dejan ver apenas un flashazo de una realidad que fluye constante y sin pausa, tomando un trozo de la filosofía oriental “uno no se sumerge dos veces en el mismo río” por lo que es de modo lógico imposible encontrar lo que uno ve en las fotos.
Días atrás, mientras tomaba un té en la calle, de pronto se presentó un equipo que en pocos minutos armo un pequeño set de fotografía, acto seguido llegaron los participantes que eran niños acompañados en la mayoría de los casos por sus madres, de un momento a otro todo eso se convirtió en un caos, algunos reían, otros lloraban, alguna niña lindamente ataviada de hada con unas lindas y brillantes alas tuvo a bien usar una jardinera como retrete y vomitar durante unos segundos; justo después de ese desagradable espectáculo le toco en turno subir al pequeño templete armado para la sesión de fotos y seguro estoy que donde sea que esas fotos vayan a aparecer publicadas, el espectador no tendrá ni la más remota idea de los eventos de los que ahí mismo fui testigo, los bellos e inocentes rostros infantiles solo proyectaran una sonrisa y un aparente disfrute que poco tiene que ver con el previo y el después de cada turno frente a la cámara.
Con el apogeo de las redes sociales a todos nos ha dado por compartir pequeños trozos de nuestras vidas en imágenes que vamos regando por cuanta red social encontramos, para uno como espectador fiarse de que esas imágenes nos cuenten realidades es una ingenuidad total, vamos el mero uso y abuso de cientos de filtros y trucos a los que ahora se tiene acceso falsea las imágenes ahora más que nunca; la célebre frase de que “una imagen dice más que mil palabras” ahora también conlleva código, ahora lo que dice es lo menos importante; mucho más importante es lo que no dice, lo que oculta, lo que disfraza, lo que desvía.
Retomando las línea al inicio de este texto y llevado el tema al área de las redes sociales muchos nos hemos llevado fiascos al entrevistarnos con algunos de nuestros contactos y conocerles físicamente, dejando de lado lo superficial que pudiera parecer el editar y matizar algún rasgo físico y hacerse ver “bella o bello” en una fotografía y que de pronto en realidad no sea lo que veíamos en sus fotos de perfil, el fraude de verdad impactante ocurre cuando te das cuenta que la sonrisa, que el carácter, que la genialidad y los destellos de “persona feliz y agradable” solo son visibles en esos flashazos que captura la cámara, entonces todo se vuelve como esas tediosas películas donde lo único interesante eran los cortos promocionales. No nos vayamos con la finta, ahora menos que nunca las imágenes cuentan toda la verdad, ahora más que nunca hay que aprender a desmontar filtros para llegar hasta el personaje que está debajo de todas esas capas de edición.
@ISAIJOACHIM